lunes, 29 de noviembre de 2010

UNISEX

Aquel albergue de Glasgow era cutre con ganas.
No perderé el tiempo describiendo la leonera con dieciséis camastros donde "maldormí" tres noches... ni los estrechos pasillos en los que era casi imposible caminar sin pisar a alguno de los numerosos chavales de diversas nacionalidades, hacinados por el suelo con los portátiles en el regazo... esta historia tiene lugar en la (no menos cochambrosa) sala habilitada para el aseo personal, concretamente en las duchas.


No era especialmente grande, entrabas por una puerta y enfrente tenías un par de lavabos, un espejo, y a cada lateral tres puertas (seis en total) que conducían a sendas duchas.
Aquel espacio era unisex. La vez que lo estrené encontré un tanga azul dentro del hueco donde me metí, colgado de la perchita... y el segundo día aconteció lo siguiente:

Cuando entré en la "zona común" había una chica menudita acicalándose en el lavabo delante del espejo. Saludé en inglés (ella asintió con la cabeza) y me metí en una de las duchas.
Cuando acabé, en lo que me secaba y demás, oí que la puerta exterior se abría y daba entrada a un chico... ¡español!, ya que usando la lengua de Cervantes dirigió (con tono temeroso) las siguientes cinco palabras a la chica del lavabo, su novia.
"Cari, yo ya estoy listo..."


Desde mi habitáculo no pude verlo, pero aquella chica debió transformarse en algo parecido a la niña del exorcista, pues la contestación que recibió el chaval fue de lo más estridente y desproporcionada.
A grito pelado, le espetó: "¿Pero tú estás tonto? ¿No has visto que no he acabado de arreglarme? Anda, coge el mapa y apréndete cómo llegar a los sitios... o baja a la oficina de cambio que ya casi no nos quedan libras! ¡Inútil!"
"Vale cari, cuando acabes avisa, estaré fuera..." susurró el compatriota haciendo mutis por el foro.

"Vaya, vaya, vaya..." -pensé- "cómo nos las gastamos..."
Escuchar aquello me llegó al alma... y sentí la imperiosa obligación de intervenir.

Doblé mi toalla un par de veces y, estilo Espartaco, me envolví con ella de cintura para abajo, tapando lo mínimo... de esa guisa salí de mi ducha y me puse en el lavabo contiguo al suyo.
Ella se aplastaba con parsimonia (y un peine mojado) unos pelos indomables, yo sonreí nuevamente, recolocando la toalla bajándola un poquito más allá del límite del decoro y saqué del neceser el cepillo de dientes.


La Dama de Hierro, fisgándome de reojo, sacó un pasador enorme con forma de margarita y tras darle muchas vueltas, lo colocó en un lateral de su cabellera... yo la observaba fijamente a través del espejo que compartíamos mientras me cepillaba los dientes, y cuando ella empezó a mirarse para comprobar si le quedaba bien el floripondio, yo levanté el dedo pulgar de mi mano libre en señal de aprobación.
Para mi sorpresa, ella empezó a reír nerviosamente como una colegiala...

Sin borrar esa sonrisilla de su cara comenzó a recoger (lentamente) sus cosas de aseo, yo escupí el dentífrico y girándome hacia ella, con el tono de voz más grave que fui capaz de forzar, le solté: "Jjeloouu, güeerrr arrr yu frrrommm?"

Ella dio un saltito para atrás, sorprendida. "Espein", dijo en plan modosita, poniendo ojitos... la misma mala pécora que tan sólo un par de minutos antes humillaba a esa especie de mascota que tiene por novio.
Abrió la boca tratando de añadir algo pero no le salía la frase, así que optó por una variante del lenguaje de Cro-magnon y, señalándome con el dedo, dijo: "¿an yu?"



Todavía no sé por qué dije lo que dije, el caso es que me salió instintivo, como un tiro...
"Bielorrusia", contesté, imitando nuevamente un macarrónico acento en plan "Promesas del Este".

Di un paso al frente e inclinándome un poco hacia ella susurré: "Ai loff Esspeinn".
De repente aquella otrora férrea sargento nazi se transformó definitivamente en una pálida Bambi que, repitiendo una y otra vez "yes, yes", agarraba sus cosas a toda prisa para salir escopetada de la sala de aseo... "yes yes... sorry sorry, bai bai".
Portazo.

Media hora más tarde la parejita bajó las escaleras del albergue y ella, al verme en el descansillo junto a la recepción, dio un codazo a su novio diciéndole por lo bajo "ese, ese es el ruso que me ha entrado antes en los váteres..."
Él me miró con cara de pánfilo y ella al ver su nula reacción le dio una especie de colleja mientras cruzaban el umbral hacia la calle...
"Glasgow, la ciudad del amor", pensé.

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Pero la cosa no acabó ahí, esa misma noche me disponía yo a salir a dar una vuelta y mientras esperaba en la salita a que mi amigo Adriano terminara de arreglarse se me acercó un chico de Jerez... se fijó en mi camiseta (la de mi equipo de fútbol local) y tras identificarme como español nos pusimos a hablar de fútbol, Glasgow, Escocia y las escocesas.


Dicha conversación, por supuesto, la mantuvimos en castellano... pero la misma se vio súbitamente interrumpida cuando cierta chica menuda (con cara de mala hostia y una margarita de metal en el pelo) pasó entre medias de nosotros, dándome un descarado empujoncito y (tras mirarme fijamente con los ojos inyectados en sangre) diciendo con retranca: "peeerrrdoooón".

Se pilla antes al cojo que al bielorruso.


miércoles, 24 de noviembre de 2010

Forzar la Máquina

Nunca me han entusiasmado los tiovivos, las norias, carruseles, ferias o similares; así que cuando en uno de los viajes escolares nos llevaron al Parque de Atracciones de Madrid, mi alegría fue... relativa.
No es que yo sea miedoso, pero lo más salvaje en que me había montado hasta la fecha era el tren de la bruja.

El caso es que durante la excursión conseguí arrimarme a la niña que por entonces me gustaba, resultando (la muy bicho) ser una criatura de lo más temerario.
Por no separarme de ella acabé montándome en el Cóndor, el Enterprise, La Nube, y demás cacharritos (no recuerdo sus alegóricos nombres) todos ellos consagrados a ponerme en órbita... y las vísceras del revés.

En un momento de despiste en el que fui en busca de dos granizados, a mi vuelta la descubrí hablando con Álvaro, uno de los (para ellas siempre seductores) repetidores...
"¡vamos a la montaña rusa Rific!", me dijo ella, yo protesté: "Yo ahí no me monto ni loco, eso ya es demasiado para mi..."


Jamás olvidaré su reacción: después de sorber ruidosamente los restos del granizado levantó la vista y con un gesto hasta la fecha desconocido para mí, dijo: "pues si tú no vienes me subo con Álvaro".
Me acojoné, ¿qué podía hacer? Tenía trece años...
"No no, claro que subo contigo", dije, extrañamente ansioso... y volví a ver en su sonrisa victoriosa aquello tan nuevo para mi: el gesto de una auténtica zorra.

El mal rato que pasé en aquella montaña rusa fue indescriptible. En cuanto puse el pie en el suelo tras finalizar el paseo, creo que me "desenamoré".

Desde entonces he ido a alguna que otra feria, pero a parques de atracciones... jamás.


domingo, 21 de noviembre de 2010

Hacer los Deberes (2ª parte) - o "La Insoportable levedad de ser Mr.Rific"-

A mediados de los noventa oí decir a la chica que me gustaba, que estaba enganchadísima leyendo "La Insoportable Levedad del Ser".
Yo había visto la película basada en el libro, tenía alguna escena de sexo interesante pero en general no me gustó.
Aún así tenía un ejemplar de la novela en casa y decidí hacer (una vez más) los deberes... leyéndomela a la carrera en tarde y media.


La siguiente ocasión que coincidí con ella en la cafetería de la facultad me encargué de sacar el tema literario, hablé por encima del libro que yo estaba leyendo (creo que era "La Tabla de Flandes") para acabar preguntándole con simulada indiferencia qué ejemplar reposaba en ese momento en su mesita de noche.
"Pues yo estoy con La Insoportable Levedad del Ser –dijo, orgullosa-, ¡me está encantando!"
"¡Anda! Ese lo leí hace tiempo, no estaba nada mal (mentí)... jamás olvidaré la parte aquella en que el perro, etc..."

A partir de aquella conversación ella comenzó a prestarme atención, interesarse por mí... y bueno, nos acabamos liando tres o cuatro veces aquella primavera/verano de 1996.

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El año pasado conocí a otra chica en idéntica situación, llevaba el mismo libro en la mano y tras preguntarle me confesó estar entusiasmada con lo que llevaba leído hasta el momento...
Sonreí recordando mi batallita de antaño, consideré la posibilidad de repetir estrategia... pero finalmente opté por innovar.
Conté a la nueva aquello que me pasó hace siglos con la otra, cómo leí a la carrera y a escondidas el libro para intentar impresionarla, etc...


Lejos de considerarme un rastrero, sonrió y me dijo que le parecía muy bonito lo que hice para acercarme a ella... me brillaron los ojos y di un paso al vacío: "ojalá para acercarme a ti, no tenga que volver a leerlo..."

jueves, 18 de noviembre de 2010

Hacer los Deberes (1ª parte)

En la primavera de 1989 oí decir a la niña de clase que me gustaba, que la víspera se lo había pasado genial viendo en televisión un partido de tenis del torneo de Roland Garros.

Hasta entonces nunca había prestado excesiva atención a ese juego, me parecía una cosa de lo más aburrida, a pesar de ello esa misma tarde me tragué los dos partidos que la segunda cadena de TVE emitió desde la tierra batida de París... tan sólo para tener un tema de conversación con ella al día siguiente.


Mi acercamiento a aquella niña fue un fracaso, sin embargo aquel mes de mayo acabé aficionándome al tenis de tal manera, que a día de hoy sigue siendo mi deporte favorito.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Té Americano (o "El Obama Blanco")

Aquel mediodía Tracy estaba distraída ojeando su móvil en medio de la plaza y no se percató de la súbita carrera que su pequeño perro inició hacia la marquesina de la parada de bus, donde yo esperaba impaciente la llegada de la línea C.

Me interpuse antes de que el animal saltase a la calzada... él me miró con ojitos tiernos sacando la lengua, así que me agaché para hacerle una carantoña.
Fue entonces cuando Tracy apareció y me agradeció (en un precario castellano) el gesto.
Le pregunté de dónde era... "Detroit", contestó... "Ah, ¡Michigan!", exclamé... y ella abrió la boca asombrada de que conociera semejante dato.
"La ciudad del motor" –proseguí, ya en inglés- "aunque debo admitir pero mis dos cosas preferidas de Michigan son la Tamla Motown... y el gran Iggy Pop"


"¡Hablas inglés!" –ella también cambió a la lengua de Shakespeare- "¿De dónde eres?"
"Pues de aquí, made in Spain..." continué, me presenté... y charlamos durante los siguientes veinticinco minutos, durante los cuales, por dos ocasiones, dejé pasar sendos buses de la línea C.

Antes de despedirnos le propuse quedar esa misma tarde para tomar una cerveza... ella no rechazó la propuesta pero matizó que no le gustaba aquella bebida, que prefería el té.
"Un té americano pues...", sugerí, y entre carcajadas ella aceptó.
A las ocho en esa misma plaza.

Me cuidé mucho de no despedirme con dos besos, cosa que las yanquis no suelen recibir de excesivo buen grado... sin embargo nada más vernos a la noche lo primero que hice fue estamparle sendos ósculos, más que nada para ver cómo respiraba mi nueva amiga norteamericana ante el (que sería) primero de mis irremediables acercamientos.
No pareció recular espantada...

La llevé a una Tetería cercana donde preparan el té americano echándole un buen chorrito de un brebaje que no sabría decir si es Ron o Licor 43... dándole bastante cuerpo, convirtiendo a la inocente infusión en una especie de traicionero chupito.
(Antes de que me lapidéis al grito de "míralo, pretende emborracharla", diré en mi defensa que es mucho peor lo que ellos hacen a los presos en Guantánamo)


La bebida, a pesar del nombre, de americana tenía poco… aún así pareció gustarle.

Me contó que tenía veintiséis años, que estaba aquí en un instituto ejerciendo de "lectora", y dando clases especiales también en una sección bilingüe del centro... que era fanática de los Pistons de Detroit... juntos recordamos la época dorada cuando a finales de los ochenta aquellos bad boys liderados por el mítico Isiah Thomas (the baby-faced assassin) ganaron dos anillos consecutivos... que yo supiera aquella historia (en cierta manera) le conmovió y comenzó a mirarme de otra manera.
Bajó la guardia y le robé el primer beso.

En el siguiente bar al que fuimos parecía que la cosa no iba mal, se mostraba receptiva y cariñosa... pero de repente, al más puro estilo Cenicienta Impaciente, miró el reloj y dijo que ya era hora (¡las diez y media!) de retirarse.

Sugerí ir a otra parte a tomar la famosa penúltima pero nada, ella erre que erre con que se iba… me ofrecí a acompañarla hasta casa y entonces me dijo que no quería, que ella no se acostaba con un chico así como así.
"Un momento, un momento, stop... in the name of love, before you break my heart" -dije con guasa- "yo hablo de acompañarte dando un paseo, de cama no he dicho nada ("aún", pensé, por supuesto sin decirlo)"


De repente me sorprendió soltando un confuso discurso acerca de ciertas creencias religiosas que ella tenía (puede que fuera algo ¿baptista?, ya no me acuerdo) que impedían ciertas actividades amatorias sin compromiso firme ante Dios y la comunidad, etc.
Fue entonces cuando me acerqué a ella y, agarrándo su mano, le susurré: "YES WE CAN"

Con esas tres palabras, un político estadounidense negro llegó por primera vez a la presidencia, pero a mi no me sirvieron de nada... me dejó ahí tirado y se marchó sola a casa.

Un mes después leyendo la sección de política internacional en el periódico me lo expliqué todo: seguro que Tracy pertenecía al Tea Party... pero con un buen chorrito de Bourbon de Kentucky.


martes, 9 de noviembre de 2010

La Becaria (doggy style)

En la gris oficina donde trabajo suelen desfilar cada año un número considerable de becarias (jamás un varón, siempre chicas) de entre las cuales cabe destacar a Aurora.

Nunca pasó desapercibida, las víboras del curro la apodaron "La Mariah Carey", por su afición a llevar prendas alguna talla inferior a lo recomendado... yo en cambio solía ver en ella (cuando sus obligaciones la traían a mi sector) la única razón de interés para levantar la vista de mi mesa más veces de lo habitual.

No penséis mal, vale que sus pezones acostumbraban a marcarse (duros como piedras) bajo aquellas camisetas ceñidas, y que esos vaqueros apretados se adaptaban a sus contundentes curvas como papel de plata a un bocadillo... pero es que la chica, además, era muy simpática.


Solía hablar con ella un rato todos los días y las charlas eran de lo más cordial... una tarde le propuse tomar algo a la salida pero ella se excusó y rechazó la oferta.

No volví a proponerle nada en las cuatro semanas posteriores que trabajó en mi oficina, sin embargo a partir del día siguiente al fin de su contrato (y consiguiente despedida) comencé a enviarle unos cuantos sms volviendo a la carga.

Hace una semana (casi un mes después de su marcha), en medio del despacho de un soporífero documento, recibí el siguiente sms de Aurora: "Dia: 4/11/2010 Hora: 21:30 Lugar: Cesteros 23 4 dcha CENA ITALIANA"

Tuve que ir al servicio para poder dar un salto sin llamar la atención y gritar para mis adentros "¡sí!"... ella vivía sola y me invitaba a cenar, de jugar bien mis cartas el postre podría ser de lo más jugoso.
Contesté que aceptaba encantado la invitación, que la botella de Lambrusco corría por mi cuenta, etc...


Los dos días previos me monté cien películas distintas sobre cómo transcurriría la cita, muchas de ellas acababan en la (así lo imaginaba yo) enorme cama del dormitorio principal, en el no menos espacioso sofá del salón... otras concluían con un violento tortazo en mi cara, gritos expulsándome de su casa... en fin, de todo un poco.

Pero ninguna de aquellas fantasías logró aproximarse mínimamente a lo que realmente sucedió...

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21:30, puntualidad británica: pulso el timbre del portero automático y en su respuesta al saludarme noto la voz de Aurora... un poco rara.

¡No hay ascensor! Empezamos bien.
Alcanzo jadeando el cuarto piso, arrastrando la botella por las escaleras... oigo de fondo abrirse una puerta, y comienza a ladrar (de manera furiosa) un perro, situado al final de mi escalada.


Primera barrera. Me lo quedo mirando fijamente... no es muy grande pero sí lo suficiente como para incomodarme, por suerte sale la dueña (mi anfitriona) al descansillo a pedirle silencio y tirar de él para dentro.
Ella me saluda con dos distantes besos y acto seguido suelta un sonoro estornudo.

Me fijo en su nariz (y alrededores) y la pobre está de lo más congestionada... agarra un pañuelo de papel y tras sonarse me dice, con voz irreconocible: "ya ves en qué estado me encuentro, estuve a punto de decirte que cancelaba la cena, pero como habías insistido tanto en quedar... pues decidí seguir adelante".
Mal empezamos...

El perro no deja de ladrarme como loco, Aurora lo acaba encerrando en la cocina para que se tranquilice, mientras tanto observo el salón: varias docenas de pañuelos de papel llenos de mocos tirados en un cesto, en los estantes sendas voluminosas enciclopedias (una sobre Perros y la otra sobre Gatos)... la discografía competa de Mike Oldfield y Jean Michel Jarre... varios libros que odio como "El Código Da Vinci", "La Historiadora", unos cuantos de Paulo Coelho... y si dejaba los ojos entreabiertos, podía verse toda una flota de virus invadiendo el aire que me disponía a respirar durante ¿las dos siguientes horas?
No sé si duraría tanto mi visita, un clarividente pesimismo crecía entro de mi.


"Perdónale, no sé qué le pasa, no suele ladrar tanto", me dice... pero yo sí lo sé: ese condenado chucho olfateaba mi lujuria desde el mismo instante en que, aún en el exterior, doblé la esquina de la calle Cesteros...

"He hecho hélices a la carbonara, espero que te guste… anda mira, al final trajiste el Lambrusco… yo con este trancazo no voy a poder probarlo, pero lo abrimos igualmente si quieres".
¡Y tanto que lo voy a abrir! Dios, cómo lo necesito...

Durante la cena ella me habla de las ganas que tiene de volver a su pueblo, que ya está empezando a preparar cajas metiendo cosas para su inminente mudanza... también desliza que allí se encuentra su ex-novio con el que tiene un vínculo tan fuerte (comenzaron a salir en la época del instituto) que no descarta acabar cayendo nuevamente en sus redes... a pesar de todo (¿a qué se supone que hemos venido?) coqueteo con ella descaradamente pero Aurora sólo reacciona sonriendo y cambiando de tema... considero la posibilidad de robarle un beso mientras me sirve la segunda ración de carbonara pero de repente ella estornuda y un largo moco se le queda colgando entre la nariz y la comisura de los labios... opto por atizarme otro vaso grande de espumoso italiano de un trago.

Se levanta hacia la cocina por el postre, a mi me trae un flan de vainilla Hacendado con una cucharilla de plástico, ella no toma nada pero trae consigo al perro, situándolo en su regazo, acariciándolo... el animal sigue mirándome con odio y retoma sus ladridos histéricos... su ama le hace unas carantoñas, lo alza hacia sí diciéndole en voz alta (y tono infantil) que es la cosa más bonita del mundo, lo que más quiere... y acercándose al hocico del chucho empieza a darse lengüetazos con él durante no menos de treinta segundos.


Ante semejante panorama debo ir asumiendo la derrota.
Me da la sensación de que no debo alargar innecesariamente la sobremesa, renuncio al café-copa-puro y tras intercambiar un par de frases de cortesía sugiero que es mejor que me marche ahora, pronto... así ella puede acostarse cuanto antes para reposar el virus y ponerse bien, etc... ella asiente sin porfiar lo más mínimo mi propuesta.

La Becaria me acompaña hasta la puerta abrazada al perro y nos despedimos fríamente.
Bajando las escaleras (lo hago a la carrera, no sé por qué) sigo oyendo ladridos, cada vez más lejanos...

Ya en la calle, camino de mi casa, no dejo de mascullar (entre dientes) tres palabras: "puto Bill Clinton..."




viernes, 5 de noviembre de 2010

El Futuro no existe

En medio de una tarde tranquila, Alba súbitamente cambió de expresión, incorporándose en mi sofá, diciendo con gesto serio: "Tenemos que hablar".
"Dime, de qué se trata...", pregunté intrigado, y en cuanto ella arrancó su (más o menos) ensayado discurso, comenzó a sollozar.

Me preguntó si estaba a gusto con ella... qué pensaba acerca de nuestra relación, si yo veía futuro, etc...

Esquivé las preguntas más comprometedoras como buenamente pude y, consolándola, acabé arrojando disimuladamente la pelota a su lado de la pista.
"¿Pero de qué armario han salido todos estos esqueletos? No sé... hasta la fecha hemos tenido la más sana y despreocupada de las relaciones...", dije.


Alba reconoció que llevaban varios días comiéndole la cabeza, atosigándola... ¿quiénes?

-La hermana mayor: cuestión de envidia, ya que la peque de la casa a sus veinte añitos se va de farra con un tío doce años mayor, que casualmente se ajusta al perfil de lo que ella busca... y no consigue encontrar.
-La mejor amiga Laura: la niña más mona del último año del insti, la princesita que no consiente ver echar a volar por su cuenta al único miembro de su corte al que siempre recurre para ir con el cansino relato de sus conquistas, belleza, delgadez, pretendientes y demás historietas.
Con todos ustedes, las Perras del Hortelano.

Como single número uno en la lista de más escuchados en el cerebro de Alba se encuentra el clásico y machacón "No tenéis futuro", siguiéndole muy de cerca, escalando posiciones en las última semanas, directo al segundo puesto... el no menos pegadizo "Se está aprovechando de ti".


En cuanto se desahogó contándome el acoso al que era sometida, no me resultó difícil calmarla y convencerla de que el futuro en nuestra particular situación... era irrelevante. ¿Para qué pensar en si mañana estaremos bien o mal, pudiendo pasarlo estupendamente hoy?
Se relajó la cosa y decidimos no hacer planes más allá de lo que cenaríamos después de ver el DVD que me había traído... o acostarnos quizás.

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Una semana después fui a la biblioteca a devolver un libro y en la sala principal, al fondo, junto a las secciones de Romántica y Suspense... me encontré de bruces con Alba, acompañada de Laura.
La primera sonrió... la segunda no disimuló su fastidio al verme.

Ambas llevaban libros en la mano así que les pregunté qué tal se había dado la "caza" entre los estantes.
Alba me enseñó su ejemplar de "Hasta la eternidad" de Johanna Lindsay... y Laura extendió desganada el brazo mostrando una edición relucientemente nueva de "Sangre en la Piscina" de Agatha Christie.

"Yo no lo he pillado ahora, vengo a renovarlo, me llego a la mitad más o menos", dijo Laura... "¿Ah si? Y dime, ¿qué te está pareciendo? Yo lo leí un verano hace siglos y me pareció muy entretenido...", pregunté.
"No sé" –contestó en plan pasota mascando chicle- "no lo he leído mucho así que no sé decirte"
"Bueno" –sonreí- "pero a estas alturas del relato imagino que ya sabrás que el asesino es el médico... ¿no?"


"¿Ehhhh?", exclamó retorciendo el gesto, boquiabierta.
"Sí sí, según tengo entendido eres una experta en adivinar el futuro... supuse que estas novelitas criminales no tendrían secretos para ti..."

A Laura (como era de esperar) no le hizo ninguna gracia mi comentario, y eso que yo ni tan siquiera recuerdo si existe un médico en la citada novela (imagino que sí, en casi todas las de Agatha lo hay)... ni mucho menos cuál es la identidad del asesino.

Alba sonrió, pero dudo mucho que después de esto me presente a su hermana...